"La verdadera aventura del descubrimiento no consiste en descubrir nuevas tierras, sino en mirar con nuevos ojos" Proust.
Lic. Christian Vitry
Para todos los que nos identificamos con la aventura del descubrimiento -o con la aventura y el descubrimiento-, la cita de Proust es un hermoso llamado de atención e invitación a mirar el paisaje con otros ojos, especialmente en estos tiempos en los que quedan muy pocos lugares por descubrir.
Los espacios andinos, explorados y recorridos tantas veces, parecen ser una inagotable fuente de belleza, fulgurando ante nuestras ciegas y desidiosas miradas que ignoran las maravillas ocultas que subyacen en cada lugar.
En el noroeste argentino y gran parte de la cordillera andina, los elementos del paisaje se ven enriquecidos y resignificados con las interpretaciones culturales atribuidas por los habitantes precolombinos, muchos de los cuales todavía perduran. De esta manera, montañas, vertientes, lagunas, ríos, estrellas, vientos, truenos, rayos, lluvias y todo elemento de la naturaleza, transmutan de su realidad material y se impregnan de significaciones culturales. Una montaña deja de ser tal para transformarse en un santuario, en un espacio sagrado y consagrado al culto, en apariencia no ha cambiado, pero su significado sí.
Montañas sagradas como el volcán Llullaillaco, el nevado de Chañi, el volcán Quehuar, el nevado de Cachi y de Acay, entre las más conocidas de la provincia de Salta, trascendieron la materialidad geológica y se impregnaron de ese entramado de significaciones no visibles.
Origen del nombre Llullaillaco
Esta montaña, por su inhóspita ubicación, ensoberbecidos contornos e innumerables historias, se embebe de un halo de misterio y magia, siendo un objetivo siempre presente para montañistas, estudiosos y amantes de la naturaleza.
Para emprender y comprender este recorrido cultural por unos de los volcanes más altos del planeta, es necesario profundizar sobre su toponimia, es decir, ahondar sobre el significado de la palabra Llullaillaco.
Las interpretaciones sobre el topónimo varían sensiblemente de acuerdo a los autores, en esta oportunidad solo mencionaremos dos de ellas. Según el diccionario quechua de Gonzalez Holguin (1608), "Llulla" significa mentira, cosa engañosa, y aparente y vana o falsa. Yaku o llaco quiere decir agua, la traducción aproximada sería entonces "aguada del engaño" u otros sinónimos.
Es sabido que las montañas son grandes reservorios de agua; es allí donde se producen las precipitaciones en forma de nieve, y desde donde brotan las vertientes con el vital elemento. Prácticamente no existen montañas que no posean surgientes de agua durante todo el año, menos aún si se trata de grandes macizos, como es el caso del majestuoso Llullaillaco. Cuanto más alta es una montaña más importante suele ser su vertiente. Ocurre que este volcán puneño, por sus características geológicas, carece de la vertiente que de él se espera.
Nuestras investigaciones en el volcán revelaron la existencia de una "línea o cota de agua" ubicada sobre las laderas ENE, Este y ESE, entre los 5.500 m y 5.800 metros, donde existen ocho pequeñas lagunas de escasa profundidad que ofrecen el cristalino y vital líquido. Desde el punto de vista material y ante la evidencia geográfica, esta interpretación del origen del nombre tiene bastante solidez, ya que sin duda se trata de una montaña que engaña o miente respecto al agua, no entregándola en forma de vertiente como todas, sino de pequeñas lagunas de altura.
Otra posibilidad sobre el origen del nombre (más difícil de comprobar) la podemos tomar de la obra de Felipe Guamán Poma de Ayala, titulada "Nueva Crónica y Buen Gobierno", escrita a fines del siglo XV y descubierta en 1908. En la sección destinada a "Ritos y Ceremonias", Guamán Poma, habla de los "Hechizeros de Zueños", los cuales eran llamados LLULLALAICA UMU. Estos hechiceros de los sueños, brujos mentirosos, falsos o hechiceros del fuego, realizaban sus actividades en los adoratorios o lugares sagrados, tales como apachetas, montañas, vertientes u otros lugares del espacio geográfico consagrados socialmente para tal fin. La investigadora María Cristina Bianchetti, en su libro "Cosmovisión sobrenatural de la locura" comenta al respecto que "El Llullallaica Umu basaba su inspiración en el fuego; y como sacerdote presidía las ceremonias dedicadas al sol, la luna y el lucero.[...] ...trabajaba en las cuatro áreas del imperio y realizaba sus ofrendas a través del fuego, posibles luminarias encendidas en las montañas o en las pampas de la Janca,..." .
Si el Llullallaica Umu presidía las ceremonias dedicadas al sol, realizaba sus ofrendas en las montañas y apachetas, y encendía luminarias en los cerros, se puede pensar que el topónimo Llullaillaco, bien puede referirse a esos hechiceros de los sueños, aparentemente tan importantes para los rituales precolombinos.
Camino del Inca a la cima del volcán
Los Incas, a lo largo de los Andes, construyeron y potenciaron una densa red de senderos y caminos, jalonados por sitios específicos como tampus o tambos, chaquihuasis (casas de los chasquis o mensajeros), puestos de observación, puestos administrativos de control y peaje de los centros de producción minera, agrícola, ganadera entre otros, a lo largo de miles de kilómetros desde el Sur de Colombia, hasta Mendoza, en nuestro país, y Santiago de Chile, en el vecino. Todo este sistema estuvo vinculado geopolíticamente con el Cuzco, ciudad sagrada, lugar de residencia del Inca y las deidades, centro neurálgico de todo el sistema. La densa red de caminos incaicos, con una extensión aproximada de 40.000 Km. fue la columna vertebral que sostuvo este imperio precolombino y se trata, según el arqueólogo John Hyslop, de "la mayor evidencia arqueológica de la prehistoria americana".
El Qhapaq ñan o Inka ñan (camino del Inca), era la vía de comunicación que unía los diferentes pisos ecológicos de la vasta geografía del Tahuantinsuyu y representaba simbólicamente al poder y la autoridad del Estado Inca. El camino estaba exclusivamente destinado a tareas estatales, y existía un riguroso control mediante puestos de peaje, de observación y de vigilancia distribuidos de manera equidistante y conectados visualmente entre sí. Estos caminos alcanzan su máxima expresión simbólica cuando conducen hacia los santuarios de altura como el Llullaillaco. Hoy nos parece increíble que se hayan construido caminos que asciendan hasta 6.739 m, pero el peso de la realidad nuevamente nos hace admirar a esta cultura de hombres que hicieron de la montaña un objeto de culto, tan magnánimo como para que se justifique tremenda labor constructiva y la entrega de sus seres queridos como ofrenda a los dioses.
Nuestras investigaciones en el terreno indican que existen por lo menos dos caminos incaicos que llegan al volcán, uno proveniente de la Salina del Llullaillaco situada al Este del mismo; el otro, del NNE posiblemente provenga de las proximidades de Socompa o con mayor seguridad de Chile, uniéndose ambos en un tambo incaico ubicado a 5.200 m. Recientes averiguaciones indican la existencia de otro camino por el SO.
La ruta generalmente empleada por andinistas y arqueólogos, fue la que utilizaban los Incas para dirigirse a la cúspide del santuario. La misma gana altura paulatinamente mediante un trazado en zigzag que asciende a través de la ladera Este y se dirige hasta la propia cima del volcán, jalonado por unos cinco sitios ubicados en diferentes cotas altitudinales, que seguramente sirvieron de refugio y depósito a los Incas cuando trepaban al volcán. Debido a los procesos erosivos y a los cinco siglos transcurridos, el estado de conservación del camino es malo, no obstante, todavía se pueden apreciar algunas hileras de rocas que servían de muros de contención y nivelación del piso. El ancho del mismo oscila entre 1,50 y 2 metros. Un detalle que llama la atención es la existencia de maderos o troncos de casi un metro de longitud en cada curva o ángulo del zigzag, los que aparentemente estaban erguidos para indicar el derrotero en caso de nevadas. La presencia de maderas en los costados de los caminos fue común en los desiertos andinos, pero no se había registrado hasta el presente en las altas montañas.
Hace cinco siglos, por este camino, ascendieron sacerdotes incas con tres niños que fueron ofrendados cerca del cielo, próximos a su deidad principal, el sol.
El legado de los Incas
Esta fragmentada información es suficiente para que tengamos una idea de esa otra dimensión existente en torno a las cerros de la cordillera andina. Nuestras montañas poseen una característica distintiva que la diferencia de otras, que debemos respetar, preservar y difundir. Es responsabilidad de todos cuidar de los santuarios de altura, para que las generaciones venideras puedan disfrutarlos y estudiarlos con mayor profundidad.
Ascender e imaginar los rituales, personajes, momentos sublimes o dramáticos vividos varios siglos atrás, es todo un desafío que se suma al propio de la montaña, más aún si hablamos de macizos que superan holgadamente los 6.000 metros.
Transitar por la geografía sagrada de los Incas en las montañas del norte argentino es como visitar un gran museo al aire libre, es retroceder en el tiempo y ponernos en contacto con otra cultura, con hombres y mujeres que dejaron su huella en el espacio y que hoy, en un diálogo diferido, intentamos descifrar.
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