Aproximadamente diez años después de la fundación de la ciudad de
Salta, el 19 de junio de 1595, se divisaron dos
grandes cajones flotando sobre las aguas del Océano Pacífico, en las cercanías del puerto
del Callao en Perú.
Uno de los cajones traía grabado a fuego la frase «Una virgen del Rosario para el convento de
predicadores de la ciudad de Córdoba», hoy Convento de Santo Domingo,
y el otro «Un cristo crucificado para la iglesia
matriz de la ciudad de Salta», imágenes
barrocas (de la Escuela Castellana) que eran enviadas por el
antiguo Obispo del Tucumán Fray Francisco de Vitoria que estuvo
presente en la fundación de la ciudad. Jamás se supo qué embarcación las trajo
desde España ni
qué fue del mismo.
Una vez transportadas en procesión hasta Lima, la capital de Perú,
el virrey García Hurtado de Mendoza ordenó que se
cumpliera el mandato y la voluntad del Obispo Vitoria. De modo que las imágenes fueron
cargadas a lomo de mula y transportadas aproximadamente 2800 km por el
viejo Camino del Inca, dejando en Salta el cristo
correspondiente y continuando la peregrinación con destino a la ciudad de
Córdoba.
En Salta, las imágenes cuya autoría se atribuyen a Juan Martínez Montañés, fueron recibidas
con entusiasmo en el llamado desde entonces Campo de la
Cruz y, luego de un solemne oficio religioso, ubicaron el
cristo crucificado en el altar de las ánimas —o sacristía de la iglesia matriz—
donde fue olvidado por largo tiempo.
Luego de 100 años de la llegada de la imagen a Salta,
exactamente a las 10 de la mañana del 13 de setiembre de 1692, un gran temblor
sacudió la ciudad de Esteco, que quedó definitivamente arruinada, por lo que poco más
tarde sería despoblada. El sismo fue también percibido en Salta, donde causó
grandes daños, aunque no tan graves como en Esteco.
En la Iglesia Matriz de Salta se encontraba una imagen de la
Inmaculada, que posteriormente se llamaría «Virgen del Milagro», propiedad de
una familia asentada en estos solares, que la había dejado por unos días —desde
la festividad de la Natividad de la Virgen María el día 8 de setiembre— en un
nicho superior del altar, a unos tres metros de altura aproximadamente. Cuenta
la tradición, que los asustados salteños pensaron que su ciudad sería
destruida, pero los daños no fueron tan graves; en cambio, el templo había
sufrido graves daños. Al ingresar al templo, se encontró la imagen de la Virgen
en el suelo, a los pies del Cristo, como si lo mirara en actitud orante, sin
que sufriera ningún daño en su rostro ni manos, pese al gran tamaño de la
imagen y la altura desde la cual había caído. Los colores del rostro habían
cambiado, quedando pardo y macilento. Este hecho fue interpretado como una
súplica e intercesión de la Virgen ante su Hijo, con el resultado de los
escasos daños sufridos por la ciudad.
La imagen fue llevada a la casa del alcalde Bernardo Diez
Zambrano donde fue exhibida toda la noche y rodeada de orantes. Al día siguiente,
la imagen fue colocada en el exterior de la Iglesia Matriz, para que todos la
pudieran venerar. Allí se confirmó que los colores del rostro seguían
cambiando.
Los temblores de tierra continuaron, aunque con menos
intensidad. Uno de los Padres de la Compañía de Jesús, José Carrión, afligido por
la situación sintió una voz, con toda claridad, que le decía «mientras no
sacasen al Cristo en procesión, no cesarían los terremotos».1 El
sacerdote se dirigió urgentemente a comunicar el mensaje recibido. Los padres
jesuitas recordaron la imagen enviada por Vitoria, entraron al templo y
bajándola con mucha dificultad la acomodaron en andas que sirvieron para
sacarla al atrio de la derruida iglesia, liberando del encierro la imagen luego
de un siglo entero. La colocaron frente a la iglesia que la Compañía de Jesús
tenía en el centro de la ciudad, y el pueblo acudió al templo con antorchas
encendidas. Las campanas llamaron a penitencia y la imagen fue sacada en
procesión por los fieles salteños, con el ruego de que cesaran los temblores.
Al amanecer del día 15 la tierra dejó de temblar, aunque
volvió a estremecerse a la noche, en medio de procesiones y rogativas. Al cesar
los estremecimientos, el día 16 renació la calma y con ella se comenzó a hablar
del «milagro». Días más tarde se tuvo noticias de la destrucción de Esteco, lo
cual aumentó la magnitud del «milagro» obrado por la Virgen y el Señor de la
iglesia de Salta.
Una nueva historia empezaba para esta sencilla imagen y para
los salteños, que conservan hasta hoy su culto y su devoción.
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